Período 1

Las sepulturas más antiguas, que se remontan a fines del siglo I a.C., documentan la práctica de la incineración. Se distribuían por la colina vaticana, en los varios niveles de la pendiente, donde había una amplia posibilidad de ocupar los espacios funerarios que se consideraban más idóneos.
En el panorama seguramente resultaban más evidentes las tumbas colectivas, si bien destinadas a un número limitado de sepulturas; con frecuencia estos sepulcros acogían a una familia o como mucho a un grupo familiar restringido. Se trataba de tumbas de pequeñas dimensiones; aunque la forma de las tumbas variaba, todos los sepulcros presentaban espacios para colocar las urnas cinerarias tanto en las paredes como en el suelo. Otro tipo de sepulturas colectivas eran recintos de mampostería, cuyas paredes albergaban las ollas y el área central era a cielo abierto.
En la necrópolis de la Vía Triumphalis había también muchas sepulturas individuales. Las más numerosas estaban representadas por ollas esparcidas aquí y allá por el terreno, a menudo cubiertas por ánforas. Este tipo de sepulturas a veces iban acompañadas de estelas funerarias clavadas en el terreno, pero las más humildes incluso carecían de insignias. Las cenizas de los difuntos también se deponían en aras cinerarias, o sea pequeños monumentos de piedra, en forma de altar y provistos de una dedicatoria, que destacaban entre los otros edificios de construcción.
Así debía ser el paisaje sepulcral en el período comprendido entre fines del siglo I a.C. y fines del siglo I d.C.