Rufino Tamayo, El hombre y la Cruz

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Rufino Tamayo, El hombre y la Cruz
Rufino Tamayo, El hombre y la Cruz
Sala 26. Sudamérica

En contraste con la opción de Siqueiros, Orozco y Rivera, defensores de un arte social y políticamente comprometido, Rufino Tamayo representa un caso realmente singular en el ámbito del arte mexicano del s. XX. Se declara desde sus exordios portavoz de una pintura que evoluciona respecto a las vanguardias europeas y más tarde a la experiencia del Informalismo estadounidense y francés. El Cubismo, el cromatismo de Gauguin y el encuentro en Nueva York con el expresionismo abstracto y en París con la obra de Dubuffet y de Fautrier son las raíces de las que el artista saca la linfa vital para su reelaboración personal. El hombre y la cruz, obra de la madurez de Tamayo, es una pintura que revela el vínculo que nunca se acabó de romper con la tradición precolombina, de la que deriva una simplificación formal que transforma el elemento narrativo en símbolo. El artista reconsidera con sensibilidad onírica la postura y la mirada fija de Cristo, propias de las estatuillas precolombinas, dando cuerpo a la figura de Cristo en el momento del sumo sacrificio se convierte en emblema de la humanidad que sufre.