Museo Pío Cristiano

Museo Pío Cristiano

Lo fundó en 1854 Pío IX, en el Palacio de San Juan de Letrán, y se destinó a acoger los testimonios de la comunidad cristiana de los primeros siglos: algunas obras se tomaron de la preexistente colección del Museo Sacro o Cristiano, fundado por Benedicto XIV en la Biblioteca Apostólica Vaticana (1756), otras en cambio provenían de iglesias y de varios lugares de Roma, donde a menudo se utilizaban como adornos o fuentes (los sarcófagos). Precisamente en aquellos años, además, numerosos restos arqueológicos, especialmente escultóricos y epigráficos, se desenterraban de las catacumbas romanas, excavadas por la recién fundada Comisión Pontificia de Arqueología Sacra (1852): una parte de estos se trasladó al Museo Pío Cristiano cuando —por motivos de seguridad, conservación o “visibilidad”— el lugar donde habían sido hallados no se consideraba idóneo para custodiarlos. Precisamente el criterio de exposición de las obras empeñó considerablemente al padre jesuita Giuseppe Marchi y al gran arqueólogo Giovanni Battista de Rossi, que por aquel entonces contaba poco más de treinta años. En efecto, las obras —casi todas sarcófagos con figuraciones cristianas del siglo III al siglo V— se dispusieron en la gran galería del Palacio siguiendo una división orgánica por grupos semejantes de temas iconográficos o escenas bíblicas, en una sucesión genuinamente temática, dictada por una precisa voluntad didáctica y catequética, que sin embargo trataba de salvaguardar al menos en parte el desarrollo cronológico de los temas. Paralelamente el joven de Rossi se dedicaba al montaje, en las paredes de la logia, de un actualizadísimo Lapidario cristiano, con los centenares de inscripciones, la mayoría sepulcrales, subdivididas por temas o lugares de proveniencia. En 1963, por voluntad del papa Juan XXIII, el Museo Pío Cristiano —junto con el Gregoriano Profano y el Museo Misionero Etnológico— fue trasladado de San Juan de Letrán al Vaticano, al nuevo edificio que hoy lo sigue albergando, y que fue terminado más tarde por Pablo VI; aquí el montaje corrió a cargo de Enrico Josi, quien trató de mantener la organización anterior (aun con algunos cambios acordes a criterios expositivos modernos), y se inauguró de nuevo en 1970.