La Colección Epigráfica, contemplada como sector autónomo en el Reglamento de los Museos Vaticanos de 1971, recibió un gran impulso de Carlo Pietrangeli, bajo cuya dirección (1978-1995) se dio cumplimiento al gran hito histórico que ya había comenzado, después del traslado al Vaticano de las colecciones lateranenses, por iniciativa del inspector de antigüedades Georg Daltrop, con el consentimiento del director Deoclecio Redig de Campos (1971-1978).

«Epigraphia tota nostra est», escribía Pietrangeli en 1995, en el prefacio al volumen de la colección Inscriptiones Sanctae Sedis dedicado a la Galería Lapidaria. La expresión latina —«toda la epigrafía es nuestra» o también «la epigrafía es toda nuestra»— muestra la importancia atribuida a una disciplina que abarca varias líneas de investigación: arqueológica, topográfica, artística, lingüística, gráfica, histórico-anticuaria, del coleccionismo museográfico, humanista, histórico-cultural y bibliográfico-archivística. Muestra, además, la importancia de un patrimonio epigráfico, escrito principalmente en soporte lapídeo en latín, griego, hebreo y árabe, que ofrece a estudiosos y visitantes testimonios únicos de la historia y de la sociedad, a lo largo de un período de tiempo que desde la antigüedad llega hasta nuestros días.

El Reglamento de 2008 señala, en particular, la competencia sobre las 13.870 inscripciones conservadas en: la Galería Lapidaria, el Lapidario Profano ex Lateranense, el Lapidario Medieval, el Antiquarium de la Necrópolis de la Vía Triumphalis, los sectores Sellos latericios, Equites singulares, Urnas y Cipos, Fístulas, Marcas de cantera y en pesos, Almacén debajo del Patio Octógono, Almacén ex Ponteggi y Almacén de las Corazas. Otras obras se encuentran en el Museo Pío Clementino, en el Museo Gregoriano Profano y en el Patio de la Piña, y otras más en las siguientes áreas extraterritoriales: Basílica de San Juan de Letrán, Basílica de San Pablo Extramuros, Palacio de la Cancillería y Villa Giorgina.