Sala de los Santos

Los grandes frescos que ilustran episodios relativos a la vida de santos, que dan el nombre a la sala, son reconocidos por la crítica como obras maestras de Pinturicchio, que tuvo que realizaros en gran parte de su mano.
En los grandes lunetos se evocan las figuras de siete santos en una secuencia iconográfica nada común: Santa Isabel, madre de Juan el Bautista, en la Visitación de María; San Antonio Abad y San Pablo de Tebe, eremitas en el desierto egipcio, reunidos en un único episodio; Santa Catalina de Alejandría en la Disputa; Santa Bárbara huyendo de la torre en la que la encerró el padre, que la persigue armado con cimitarra, porque se ha convertido al cristianismo; Santa Susana, una figura bíblica que aparece raramente, obligada a defenderse de dos viejos pretendientes que se esconden en su jardín privado —aquí lleno de flores y animales reales minuciosamente reproducidos— para espiarla mientras ella, ignara, se daba un baño refrescante desnuda, y que la insidian poniendo en peligro su fidelidad absoluta al marido; San Sebastián, representado en el acto supremo del martirio, que según la tradición tuvo lugar en la colina romana del Palatino, evocada por las ruinas romanas con el Coliseo y la iglesia de San Juan y San Pablo.
Encima de la puerta que lleva a la antigua sala de los Misterios hay un tondo en el que está representada la Virgen con el Niño, en cuyos rasgos Vasari identificó un retrato de la bella Giulia Farnese a quien Borja amaba, siempre de mano de Pinturicchio.
Los temas sagrados de la cultura cristiana y los profanos inspirados en los mitos del antiguo Egipto o en la cultura clásica pagana conviven en la riquísima decoración de la sala, deliberadamente centrada en la presencia del toro, que remite incesantemente al escudo heráldico de Alejandro VI, llamado desde siempre “el toro” por amigos y detractores, en función de la orgullosa celebración de su estirpe.
No es casualidad que los temas de la bóveda se refieran al mito egipcio de Isis y Osiris, asimilando el símbolo de los Borja al toro divinizado y adorado por los egipcios: Osiris, abandona las vestiduras reales y enseña a los egipcios a usar el arado, a cultivar la vid y a recoger los frutos; por último, se casa con Isis, pero su malvado hermano Seth (Tifón) muerto de envidia lo hace trizas y echa sus miembros por toda la tierra; Isis logra recomponer los miembros dispersos y darles solemne sepultura enterrándolos debajo de una pirámide; Osiris se presenta de nuevo bajo la apariencia de un toro, adorado y llevado triunfalmente en procesión por los egipcios, que consideran el toro Apis como una imagen del dios resucitado.
Otros episodios, en cambio, se refieren a las Metamorfosis de Ovidio para el relato del mito de la princesa griega Ío, hija del rey Ínaco de Argo, a la que Júpiter amaba y a quien transformó en una ternera blanca para celar su infidelidad a Juno: Júpiter persigue a su amada; Júpiter, descubierto por Juno, para protegerla de su ira transforma a Ío en ternera; Juno suponiendo el engaño le pide a Júpiter que se la regale, y éste no puede negárselo; Juno confía la ternera en custodia a Argo de los cien ojos; Mercurio enviado como mensajero por Júpiter mata a Argo y libera a la ninfa, que sin embargo viene nuevamente castigada por Juno quien envía un tábano que la atormenta, obligándola a vagar incesantemente hasta la intercesión de Júpiter, que interrumpe el suplicio; por fin, Ío llega a Egipto, donde recupera su apariencia humana, se convierte en reina y es venerada por el pueblo como diosa Isis.