Profeta Ezequiel

Profeta Ezequiel

(Ezequiel 1,2)

El año treinta, el cinco del cuarto mes,... se abrió el cielo y contemplé visiones divinas (Ezequiel 1,1)... Yo miré; vi un viento huracanado que venía del norte, una gran nube con fuego fulgurante y resplandores en torno, y en el medio como el fulgor del electro, en medio del fuego. Había en el centro como una forma de cuatro seres cuyo aspecto era el siguiente: tenían forma humana. Tenían cada uno cuatro caras, y cuatro alas cada uno (Ezequiel 1, 4-6)... Por encima de la bóveda que estaba sobre sus cabezas, había algo como una piedra de zafiro en forma de trono, por encima, en lo más alto, una figura de apariencia humana (Ezequiel 1,26)... Vi algo como fuego que producía un resplandor en torno, con el aspecto del arco iris que aparece en las nubes los días de lluvia. Era algo como la forma de la gloria de Yahveh. A su vista, caí rostro en tierra y oí una voz que hablaba. Me dijo: "Hijo del hombre, ponte en pie, que voy a hablarte." El espíritu entró en mí como se me había dicho y me hizo tenerme en pie; y oí al que me hablaba. (Ezequiel 1, 27-28; 2,1)

Ezequiel está representado como un viejo en un abatido coloquio con un joven a su izquierda. Fue el primer profeta de Israel en desenvolverse fuera de su tierra: en efecto, fue deportado en exilio a Babilonia (alrededor de 593 a. C.), en donde trató de amonestar a los Judíos frente a su responsabilidad moral por la deportación en Mesopotamia y por la destrucción de Jerusalén, causada por la infidelidad a la alianza con Dios. El libro de las profecías de Ezequiel se puede dividir en tres secciones: la primera incluye la denuncia de los pecados del pueblo elegido que conllevarán al inevitable castigo de Dios, que culmina con la derrota de Jerusalén (Ezequiel, caps. 1-24). La segunda se refiere al anuncio de la ruina de los pueblos idólatras (caps. 25-32), mientras que en los últimos capítulos (33-48) Dios confía al profeta la tarea de llamar al pueblo hebreo a la conversión de sus pecados (33, 10-20) y de anunciar su futuro con la visión de una nueva Jerusalén, la fundación de un nuevo culto y de una nueva tierra dirigida por un nuevo pastor, es decir, David.